septiembre 09, 2010

Un viejo culebrón

Y nos lo dicen en cara "El gobierno no tuvo nada que ver con la muerte de Brito"; y la fiscal manda a investigar a sus familiares; y algunos de nosotros venezolanos, se lo creeremos… y no hay nada de raro con eso por cuanto nosotros, los humanos, cuando queremos creer en algo tenemos una inmensa capacidad de hacerlo, no importe lo que nuestros ojos vean y nuestros oídos oigan. 
Uno de los grandes intelectuales del siglo pasado, Arthur Koestler, escribió una autobiografía de dos tomos Flecha en el Azul (1952) y La escritura invisible (1954) que deberían ser lectura obligada para quienes han tenido que vivir y lidiar con las circunstancias de nuestra Venezuela durante la última década. 
En ella Koestler, como comunista inscrito en el partido único de su época, nos cuenta sobre su viaje a Rusia, donde en la frontera en 1932 se le invita tomar el "tren hacia el siglo XXI"; y después de lo cual "automáticamente aprendí clasificar todo lo repugnante como una herencia del pasado, y todo lo atractivo como la semilla del futuro. Con la ayuda de esta clasificadora automática era aun posible para un europeo, en 1932, visitar Rusia y seguir siendo comunista". 
Koestler nos cuenta cómo la revolución sin pena magnifica la importancia de cualquier avance absolutamente insignificante, tipo se cosecharon tres zanahorias más que el año pasado, mientras que minimiza las consecuencias de cualquier gigantesco, tipo la epidemia de cólera creó ciertas inconveniencias para la prestación del excelente servicio de salud al cual la revolución nos tiene acostumbrados. 
Koestler nos cuenta cómo la revolución desarrolla su propio lenguaje para idiotas entendidos, con lo cual crea una simbología que le permite a los suyos jugar una especie de indios y vaqueros para adultos… "¿Cuál es la consigna?", "¡Patria socialismo o muerte, compañero!". "¡Entre usted entonces, compañero!". 
Koestler nos cuenta que en el lenguaje comunista las abreviaciones abundan para describir los programas y las instituciones pues éstos permiten eliminar los vínculos con propietarios individuales responsables sin identificar a los operadores anónimos responsables de su futuro funcionamiento disfuncional. 
Koestler nos cuenta cómo la colectivización obligada, unida al centralismo, asesina la economía. 
Koestler también nos cuenta cómo dejó de ser un comunista, lo cual, aun cuando se posea el convencimiento absoluto sobre tal necesidad, requiere de un proceso de desintoxicación mental tan especial que nos hace intuir la conveniencia que nuestros millones de rojos rojitos arrepentidos vayan desde ya creando sus Rojitos Anónimos. 
Lo que la biografía de Koestler nos deja claro, es que la película que actualmente pasan en Venezuela era vieja hasta para la época que la estrenaron en la Cuba de Fidel… ¡Qué culebrón, puras repeticiones, nada de fantasía! Y tantos que se creen lo de la revolución única y distinta. Acabará igualito a como acaban todas las revoluciones usurpadas por quienes solo les importa conseguir el poder. 
Finalmente lo que la biografía de Koestler nos debe dejar como lección ciudadana, para el día que toque, es que la enfermedad del comunismo le puede dar a cualquiera, hasta a los más intelectuales, por lo que no es el haber estado enfermo de comunismo lo que importa sino que, para bien o para mal, lo que importa es cómo el enfermo se comportó durante su enfermedad.